Se fue a Buenos Aires buscando otras oportunidades y junto a su compadre Carlos Lalanda, que hace pocos meses partió de este mundo, trabajaron en tareas de albañilería. Sin saberlo fueron la musa de una de las obras más extraordinarias del cancionero litoral por su excelente creación en música y letra.
Desde aquel momento en que era tropero, el viaje hace los pentagramas musicales, que no conocía, fueron el camino imaginario que haría su vida más llevadera por aquellos agrestes montes de espinillares que circundaban caminos secundarios y senderos en el distrito Lucas Norte, Departamento Villaguay.
Salvador Vargas nació el 31 de diciembre de 1946 en Lucas Norte. Desde los 14 años trabajó de cabañero y su vida estuvo signada por la lucha para aprender y desarrollar otros oficios para defenderse en la vida, entre ellos, como describe, “alambrador, amansador de caballos, cortador de paja y techador”.
La partida del pago chico hacia la gran ciudad
“Me fui a Buenos Aires buscando más posibilidades de trabajo y mejor pago con la premisa de que mis hijos puedan tener un destino mejor que el mío. Comencé con el oficio de albañil donde conocería a personas famosas para quienes realice trabajos en sus casas, como el caso de Gerardo Romano. Fue gracias a la albañilería que me crucé con Antonio Tarragó Ros, quien junto a Teresa Parodi nos dedicaron el Cielo del Albañil, junto a mi compadre Carlos Lalanda”.
En el inspirado chamamé, la letra, acompañada de una melodía única por su profunda dulzura emotiva lo describe de esta manera: “Hablando pocas palabras lo he visto a Vargas quedarse así de cuclillas mirando lejos, cercado entre el hormigón no encuentra su cielo aquí, de balde lo está buscando entre tanto gris”. Sin dudas, ese hombre no estaba y no se encontraba en ese contexto añorando la vuelta, pero a la vez sabiendo que quizás no sería pronto, aunque volvería esta vez a la cabecera del Departamento Villaguay.
El misterio de la música
Entre los enigmas de por qué un tema musical puede llegar tan profundo a todos los niveles de quienes gustan de la música, más allá de los géneros, se podría decir que tiene que ver con la empatía que genera en la sociedad ya que muestra desde los social la situación de muchas personas que viven o han vivido esa circunstancia o conocen a otros en los cuales se refleja… Tantos que han dejado sus pagos y tuvieron que partir en busca de trabajo o de una mejor situación para la familia.
El recordado y reconocido músico Osvaldo Fornasari decía que “es extraordinario poder contar en tan poco tiempo una historia y cerrarla para que el mensaje que se quiere decir pueda tener no solo llegada a la gente, sino un valor musical e interpretativo, eso es admirable”.
El reconocimiento y el agradecimiento
“Varguita”, le dice amistosamente Antonio Tarragó Ros y lo destaca entre el multitudinario público que en 2016 lo aplaudía en su vuelta al Festival del Chamamé de Federal, esa noche compartiendo escenario con Angela Lezcano, viuda del “Rey del chamamé”. Salvador, cuenta que lo hace emocionar cada vez que lo invita a sus presentaciones porque “es un amigo y más que un hermano porque él me ayudó mucho, pero me dice que no quiere que se lo agradezca”.
El tropero-albañil que desató la inspiración a los autores en la década del ochenta, para componer una pieza musical memorable recuerda: “Tuve la suerte de ir a Buenos Aires y conocer a Antonio, yo sabía algo de la construcción y trabajé en su casa y nos hicimos amigos y con el ‘Cielo del Albañil’ me hizo conocido en todo el país”.
“En la radio sin querer como un duende el acordeón / Estirando un chamamé le estremece el corazón / Y hasta le parece angá que si suelta un sapukay / Los peones le han de oír en la estancia El Paraisal”, dice otra estrofa de este chamamé canción. “La estancia no tiene ese nombre, pero representa simbólicamente a la estancia ‘La Elvira’ donde trabajé muchos años”, dice Vargas.
El sueño incumplido
En aquel ambiente rural, desde niño, Vargas soñaba con ser músico y comenta que cantaba solo en todo momento, se las ingeniaba para copiar letras de la revista Iberá. “Mi papá tenía un acordeón, pero bastante desvencijado así que no pude hacer mucho y si bien hoy toco este instrumento es un sueño incumplido el no haber tenido la posibilidad de estudiar lo que más me gusta, pero igual la vida me dio muchas otras satisfacciones”.
Padre de doce hijos, siete mujeres y cinco varones, Vargas, ahora jubilado, transcurre sus días junto a su hija María en el barrio Pompeya de Villaguay, acompañado de su acordeón con el cual ensaya notas que le llegan al corazón y viajan como cuando, desde aquel andamio, miraba lejos porque su cielo no estaba ahí.
Ceferino Azambuyo
Foto: Germán Savor